lunes, 20 de enero de 2014

La silla de guerra


Arqueros a caballo sasánidas montando a la jineta. Fueron los pueblos orientales lo que hicieron un uso constante
de este tipo de monta ya que el uso táctico que le daban a la caballería era como cuerpo ligero para exploración,
hostigamiento y persecución del enemigo a base de acciones muy rápidas y de corta duración


Me acabo de percatar de que se ha hablado muchísimo de caballeros y tal, pero he obviado uno de los complementos más importantes de su equipo: la silla de montar. Y no es un tema baladí ya que esta le permitió al caballero modificar sus métodos de lucha de forma que, con el paso de los siglos, se fue convirtiendo en una máquina de matar cada vez más perfeccionada y de una eficacia por encima de cualquier tipo de duda. 


Desde que la silla de montar pasó de ser una simple manta a una estructura de madera forrada de cuero con una determinada forma, su diseño se basó en las tácticas de cada época, así como en las necesidades del jinete para luchar sin darse una costalada que, estando como estaban rodeados de enemigos, le costaría la vida sin ningún género de dudas. En la entrada sobre la caballería auxiliar de Roma ya pudimos ver como las sillas de esa época estaban perfectamente concebidas para sustentar a unos jinetes que carecían de estribos y que, por lo tanto, debían disponer de elementos adecuados para sustentarse sobre el caballo. 



La aparición del estribo inventado en Oriente supuso una verdadera revolución en la monta. El poder disponer de un apoyo para los pies no solo permitió al jinete dirigir mejor a su montura, sino que le facilitó enormemente el manejo de las armas ya que dicho apoyo hacía posible imprimir más energía a los golpes de espada. Allá por los siglos IX y X, la silla de montar se había convertido en una plataforma de combate desde la cual el jinete podía dirigir su caballo mientras combatía de forma eficaz tanto contra la infantería como contra otros jinetes. A la izquierda tenemos un ejemplo gráfico: se trata de una silla de origen ávaro, un pueblo euroasiático procedente de los territorios que actualmente ocupa Rumanía, y que introdujeron en Europa tras inspirarse en las monturas árabes y bizantinas. Como vemos, va provista de estribos cortos para montar a la jineta, estilo habitual de los pueblos de Oriente Medio. Este tipo de monta, con las piernas flexionadas, permitía al jinete manejar su montura mediante apoyos, por lo que las manos le quedaban más libres para combatir. Por otro lado, los pequeño, ágiles y veloces caballos usados en Oriente se prestaban a las mil maravillas a esa forma de lucha, pudiendo hacer rápidos quiebros, raudas arrancadas y fintas de todo tipo.




Sin embargo, la caballería evolucionó de forma muy diferente en Europa Occidental. La silla usada durante el período carolingio que vimos más arriba permitía un mejor control de la montura, pero también hacía al jinete más susceptible de ser descabalgado. Así mismo, el armamento defensivo de los jinetes se fue tornando cada vez más pesado, lo que requería el uso de caballos más poderosos y masivos. Esto los hacía más lentos y menos resistentes a largas galopadas, pero su potencia de choque era algo brutal y, más importante aún, empezaron a ejercer una notable influencia de tipo psicológico entre una infantería que ya no era el ejército profesional romano, sino simples labriegos convertidos en combatientes de circunstancias cada vez que su señor o el rey los llamaba a la guerra. Así pues, la silla pasó a convertirse en una sólida base en la que el jinete era sustentado por delante y por detrás, para lo cual se crearon los arzones altos tal como vemos en la imagen de la derecha.




El Tapiz de Bayeux, en el que se muestran por
primera vez las sillas de arzón alto para la monta
a la brida
Por otro lado, esa evolución también supuso cambios en la forma de combatir del jinete del naciente segundo milenio. La caballería ya no era un cuerpo destinado a hostigar y perseguir al enemigo, sino que su uso táctico varió de forma substancial para convertirse en una verdadera unidad de choque, una masa de combatientes que, en apretadas filas, se abalanzaba contra una infantería que en la mayoría de las ocasiones huía en desbandada ante la pavorosa visión de varios centenares de enormes pencos galopando contra ellos y montados por jinetes relamiéndose de gusto ante la inminente escabechina. Recordemos que, según vimos en la entrada destinada a los caballos de guerra, la alzada de estos animalitos solía rondar el metro sesenta o algo más, si bien había verdaderos monstruos que alcanzaban el metro noventa. Así pues, provistos de poderosas monturas y para lograr más efectividad en el contacto, nada mejor que la lanza. Pero no las lanzas y las jabalinas usadas por la caballería romana, sino otras más pesadas y largas, de al menos 2,50 metros de longitud y rematadas por moharras afiladas y pequeñas, capaces de perforar cualquier cosa. Todo ello obligó al jinete a montar a la brida, o sea, con las piernas totalmente estiradas, lo que le obligaba a gobernar su montura con las riendas al perder la posibilidad de hacerlo mediante apoyos. La monta se tornó menos flexible y sin posibilidad de realizar las virguerías de la monta a la jineta, pero se ganó en seguridad para el jinete, el cual ya era prácticamente imposible de desmontar, y así mismo le facilitó el uso de la lanza al tener la pelvis apoyada en el arzón trasero de forma que no saldría despedido por el impacto a la hora de clavar.



En este fragmento de la Biblia Maciejowski podemos apreciar la demoledora contundencia que lograban imprimir a
sus armas los jinetes montados a la brida. Tal como se explica en la entrada, el estar de pie en los estribos permitía
al jinete golpear como si estuviera en el suelo en vez de sobre una montura, como deja bien patente el caballero del centro que, armado con un faussar y literalmente en pié sobre los estribos, acaba de partir en dos a un enemigo.
 De hecho, un jinete espada, maza o hacha en mano resultaba más temible y eficaz que con la lanza,
la cual era difícil de apuntar y fácil de esquivar


Joven escudero entrenando en el manejo de la lanza
De ese modo vemos que todo en la vida tiene un precio, y lo que el jinete ganó en seguridad lo perdió en capacidad para manejar el caballo, lo que les obligó a practicar constantemente y a tener un profundo conocimiento de la monta, mucho más allá de lo que hasta entonces se había  dado por válido. Del mismo modo, el manejo de las armas era mucho más contundente pero también requería un entrenamiento muy concienzudo ya que, aunque pueda parecer lo contrario, no era nada fácil acertar en un enemigo con una lanza montado sobre un caballo descomunal al cual le costaba bastante trabajo guiar. Así nacieron los caballeros, hombres que por sus medios económicos, en aquel tiempo solo propios de la nobleza, se podían permitir no solo adquirir poderosos caballos de guerra, sino el aprender a montarlos desde críos y a pasarse la infancia y la adolescencia dedicado por entero tanto a adiestrarse en la monta como en el manejo de las armas. 




La silla de guerra fue evolucionando hasta una morfología que envolvía literalmente al jinete, lo que le obligaba en muchos casos a tener que montar siendo descendido sobre el caballo mediante una garrucha ya que los arzones eran tan altos y tan cerrados que no se podía pasar materialmente la pierna derecha por encima de los mismos. A la izquierda podemos ver dos ejemplos de las mismas, datables hacia el siglo XIV: ambas sillas envolvían la cintura del jinete más arriba de la zona lumbar. ¿Qué sentido tenía este tipo de silla que requería nada menos que una grúa para subirse al caballo? Pues impedir a toda costa ser descabalgado porque eso suponía una muerte segura. Los infantes aprovechaban para tomarse venganza sin piedad en el que unos instantes antes había machacado el cráneo del compadre predilecto, y no dudaban en convertirlo en un pinchito moruno con las picas de sus alabardas y bisarmas. 



Fragmento de "La Batalla de San Romano", de Ucello. Obsérvese el jinete de la izquierda, sobre el caballo marrón,
como carga contra su enemigo volcando el peso del cuerpo y las piernas hacia adelante para aumentar el poder de
choque de su lanza. Así mismo, el jinete de la derecha sobre el caballo blanco se ve impulsado hacia atrás por la
fuerza del impacto, pero sin salir despedido de la silla gracias a su alto arzón trasero.

Con todo, más de uno se preguntará si es que solo se usaban este tipo de sillas, incluso cuando solo se precisaba el caballo para ir a casa del cuñado a gorronearle un poco de vino. Pues obviamente, no. Una cosa era la silla de guerra y otra la que se utilizaba para paseo, e incluso había modelos diseñados exclusivamente para torneos. Así pues, los palafrenes y rocines que se destinaban a la caza, a viajar o a entrenar (los destriers se reservaban como oro en paño para que no se lesionaran) eran equipados con sillas como la que vemos en la ilustración de la derecha y que, como podemos apreciar, es muy similar a las que se utilizan hoy día. Eran sillas cómodas, ligeras y que, naturalmente, permitían auparse en ellas sin problemas. Por otro lado, conviene señalar que en los reinos peninsulares, por mera cercanía con los andalusíes, muchos caballeros adoptaron la monta a la jineta para llevar a cabo acciones de guerra similares a las de los moros, como el tornafuye, lo que era impensable realizar con bridones pesados. Obviamente, para este tipo de monta también era preciso usar sillas como la que se muestra en este párrafo y que provistas de estribos cortos convertían al rocín en una montura sumamente manejable y muy adecuada para el tipo de guerra al uso entre moros y cristianos, a base de celadas y escaramuzas.




En definitiva, durante la segunda mitad de la Edad Media la silla de guerra fue evolucionando, como hemos ido viendo en los párrafos anteriores, para convertirse en una plataforma que permitiera al jinete un manejo de las armas más contundente y en basar su uso táctico en la carga de caballería pesada, mientras que los pueblos de Oriente Próximo seguían prefiriendo la monta a la jineta, más ágil pero menos efectiva a la hora de usarla como arma de choque. Para comparar ambos tipos de monta podemos echar un vistazo a la ilustración de la izquierda, en la que vemos a un combatiente europeo y un musulmán haciéndose arrumacos (igual eran cuñados, quien sabe). Se aprecia perfectamente el alto arzón trasero del cristiano que monta a la brida, así como la misma pieza más baja que permite montar a la jineta al moro.




La silla de guerra tal como se concibió hasta el fin de la Edad Media fue también experimentando diversos cambios conforme la caballería perdía su papel de arma decisiva en los campos de batalla, y las cargas de caballería pesada iban poco a poco dejando paso a las caracolas realizadas por reitres y herreruelos montando a la jineta contra una infantería que ya no se nutría de labriegos acojonados, sino de profesionales de la guerra armados con picas de cuatro o cinco metros de largo con las que interponían ante la caballería atacante un verdadero muro de moharras infranqueable. A la derecha podemos ver el aspecto de una silla bridona "de última generación" como diríamos ahora, fabricada en pleno siglo XVI y con los arzones reforzados con placas de metal. Obsérvense los refuerzos acolchados para ajustar el muslo a la silla.

Solo nos restaría hablar de las sillas para justas y torneos, pero como ese tema está aún por concluir ya que hay alguna entrada aún pendiente de publicar, pues se hablará de ellas en su momento. Solo añadir una breve explicación por si alguno no se ha enterado bien de por qué la monta a la brida facilitó el uso de la lanza enristrada, así que para ello echemos un vistazo a la ilustración inferior:






Seguramente, más de uno se habrá preguntado a qué obedece esa postura tan forzada que muestra el caballero de la izquierda, similar a la que vemos en infinidad de ilustraciones de la época. Puede incluso que alguno crea que es una mera licencia artística del ilustrador. Pues no, es totalmente real. Comparémosla con la del ciudadano coronado de la derecha, cuyas piernas aparecen un poco menos rígidas. ¿Lo vamos intuyendo? Sí, claro, eso es... El caballero de la izquierda muestra una pose que indica que está a punto de descargar un hachazo y, para ayudarse e imprimir más energía al golpe, empuja los estribos hacia adelante para bloquear su cuerpo cuya pelvis hace tope con el arzón trasero de la silla tal como indica la flecha. ¿Que eso no tiene nada que ver? Hagan la prueba vuecedes. Se me apalanquen en una silla normal y aprieten con los pies contra la pared, pero sin mancharla que la parienta protesta con vehemencia. ¿A que se nota como medio cuerpo se bloquea y nos permite mover los brazos enérgicamente? No digo que si no bloqueamos nos vayamos a caer, pero sí que si se hace así se imprimirá mucha más energía, sobre todo si se trata de enristrar una lanza. El dibujo de la derecha muestra un jinete relajado, por lo que los pies simplemente están apoyados en los estribos sin presionarlos. 

Bueno, como supongo que vuecedes ya lo han entendido perfectamente, me largo a tomar el aperitivo.

Hale, he dicho...



Arnés de guerra alemán, siglo XVI

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